A CÓRDOBA
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran rio, gran rey de Andalucia,
de arenas nobles, ya que no doradas!
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran rio, gran rey de Andalucia,
de arenas nobles, ya que no doradas!
¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre gloriosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
Si entre aquella ruinas y despojos
que enriquece Genil y Darro baña
tu memoria no fue alimento mío,
que enriquece Genil y Darro baña
tu memoria no fue alimento mío,
¡nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tus muros, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!ver tus muros, tus torres y tu río,
Don Luis de Góngora y Argote es posiblemente el poeta más original e influyente de todo el Siglo de Oro español. Su obra poética rompe moldes e inaugura un nuevo lenguaje cuya virtualidad, aún insuperable, sigue marcando rumbos en la poesía contemporánea.
A DON LUIS DE GÓNGORA
Claro cisne del Betis que, sonoro
y grave, ennobleciste el instrumento
más dulce, que ilustró músico acento,
bañando en ámbar puro el arco de oro,
a ti lira, a ti el castalio coro
debe su honor, su fama y su ornamento,
único al siglo y a la envidia exento,
vencida, si no muda, en tu decoro.
Los que por tu defensa escriben sumas,
propias ostentaciones solicitan,
dando a tu inmenso mar viles espumas.Los ícaros defienda, que te imitan,
que como acercan a tu sol las plumas
de tu divina luz se precipitan.
y grave, ennobleciste el instrumento
más dulce, que ilustró músico acento,
bañando en ámbar puro el arco de oro,
a ti lira, a ti el castalio coro
debe su honor, su fama y su ornamento,
único al siglo y a la envidia exento,
vencida, si no muda, en tu decoro.
Los que por tu defensa escriben sumas,
propias ostentaciones solicitan,
dando a tu inmenso mar viles espumas.Los ícaros defienda, que te imitan,
que como acercan a tu sol las plumas
de tu divina luz se precipitan.
Lope de Vega
Lo luminoso y lo oscuro en Góngora surgen de una misma raíz proteica, capaz de enfrentar el doble espejo en el que todos nos miramos. El Polifemo y Las Soledades se constituyen en las dos obras más imaginativas y complejas de la poesía universal, retando la inteligencia y la razón humanas, mostrándonos un camino que nadie como él supo vislumbrar.No existe una figura más importante en el Barroco que don Luis de Góngora. Su arrebatadora personalidad y su apuesta formal en la creación de un nuevo lenguaje han envuelto su obra en una de las polémicas más intensas y divulgadas de la Historia de la Literatura Española. Si fue denostado incluso por sus contemporáneos y relegado por las generaciones posteriores hasta su recuperación por los hombres del 98 y su magnificación por el grupo del 27, hoy es sin duda un referente inexcusable para comprender la literatura contemporánea, un hito insustituible que marca el paso de lo antiguo y lo nuevo, el verdadero acicate de una revolución poética que aún no ha sido superada. La Generación del 27 tuvo como faro al poeta cordobés.
BIOGRAFÍA
Don Luis de Góngora y Argote nace en Córdoba el 11 de julio de 1561. Va a ser el primogénito de la unión matrimonial de don Francisco de Argote y doña Leonor de Góngora, padres de otros tres hijos: doña Francisca de Argote, doña María Ponce de León y don Juan de Góngora y Argote. No debe extrañarnos la disparidad de apellidos porque, en el siglo XVI, no existía la canónica fijeza actual. Don Francisco de Argote, progenitor del futuro poeta, quedó relegado en la herencia de un rico mayorazgo, porque era hijo de un segundo matrimonio de padre. De nada sirvió el pleito en que se vio envuelto por la partición de los bienes, siendo todavía un niño, contra su hermanastro don Alonso de Argote. Don Francisco quedó pobre obteniendo sólo una modesta concesión de alimentos que contrastaba vivamente con una asombrosa riqueza espiritual. El padre de Góngora se había licenciado en Salamanca, pretensión que albergaba para su primogénito, y era un gran erudito, poseedor de una importante biblioteca que él valoraba en más de quinientos ducados.
Al parecer, su suerte estriba en haber gozado de los favores del secretario de Carlos V, don Francisco de Eraso, a quien el emperador nombrará comendador de Moratalaz y señor de Mohernado, detentando el cargo de notario real y sirviendo de igual modo al heredero Felipe II que había recibido el encargo de su padre de tratarlo como si fuera el legado de otro reino. El secretario Eraso lo distinguió con algunos nombramientos temporales como juez de residencia (con atribuciones de corregidor) en Madrid, Jaén y Andújar. Más tarde, este humilde jurisconsulto desempeñó para la Inquisición, en la ciudad de Córdoba, el cargo de juez de bienes confiscados. La incesante providencia del secretario Eraso hacia el padre y el tío de Góngora, don Francisco, proviene de un confuso episodio acerca de doña Ana de Falces, madre de doña Leonor de Góngora y abuela del poeta. En 1568, a propósito de unas pruebas de limpieza de sangre de don Francisco de Góngora, inexcusables en la época para obtener cargos y privilegios, se aviva el rumor extendido durante setenta y cinco años de que doña Ana había sido hija de un sacerdote racionero de la catedral de Córdoba, bulo que amargó la infancia del poeta y lo persiguió durante toda su vida, porque lo probado es que el tal clérigo era hermano de doña Isabel que vivía con él, viuda de Hernando de Cañizares, según testamento de la bisabuela de Góngora, aunque Ana fuera fruto extramatrimonial de doña Isabel con Alonso de Hermosa, capitán muerto en la guerra de Granada y pariente próximo (hermano de abuelo o abuela) de don Francisco de Eraso, lo que explicaría la protección del poderoso secretario a la familia de los Góngora.
Es bastante seguro que Luis de Góngora naciera en casa de su tío el racionero don Francisco de Góngora, cerca de la catedral, en el lugar que ocupa el hoy número 9 de la calle de Tomás Conde (anteriormente conocida con el nombre "de las Pavas"), quien disfrutaba, por un lado de sus beneficios eclesiásticos y, por otro, de los bienes adquiridos por favor o compra. Con todos ellos formó un mayorazgo que legó a don Juan, el hermano menor de don Luis, mucho menos dotado intelectualmente, obteniendo para Luis la dignidad de racionero. No sería muy diferente la niñez de Góngora de la de otros niños de su edad y condición. Algunos entretenimientos infantiles de esta primera época pueden conocerse en el poema "Hermana Marica", uno de sus más famosos romancillos:
Hermana Marica,Mañana que es fiesta(…)Iremos a misa,veremos la iglesia(…)Y en la atardecida,en nuestra plazuela,jugaré yo al toroy tú a la muñecas.(…)Y si quiere madredar la castañetas podrás tanto de ello bailar en la puerta.Y al son del adufe Cantará Andrehuela.(…)J ugaremos cañas junto a la plazuela.
Probablemente realizara, entre los años 1570 a 1575, sus primeros estudios en el colegio que dirigían, en Córdoba, los padres de la Compañía de Jesús. Es evidente el respeto que Góngora sentía por sus maestros jesuitas. En el Panegírico al Duque de Lerma, se refiere a ellos como "ganado" de San Francisco de Borja, tío del duque, al que el poeta canta:
Joven después, el nido ilustró mío,redil ya numeroso del ganado,
que el silbo oyó de su glorioso tío.
El talento natural del joven Góngora, que había sorprendido a Ambrosio de Morales, determinó a su tío Francisco de Góngora a conferirle los beneficios eclesiásticos de la ración catedralicia que lo convertirá en clérigo a la temprana edad de catorce años, sin tener muy en cuenta el grado de su vocación religiosa. Por instancias del generoso tío, don Luis fue enviado a estudiar a Salamanca. Además de su la manutención del estudiante, la familia puso a su disposición un ayo que no hizo más que sumar gastos a la estancia universitaria, agravado por la falta de interés del joven racionero. Góngora aparece matriculado en Cánones en 1576 y continúa hasta el curso de 1579-1580, entre los estudiantes hijos de familias nobles y pudientes, pero no hay ninguna huella de que obtuviese algún título. Hasta Pellicer pudieron llegar testimonios fehacientes de la vida que el joven Góngora llevó en Salamanca:
Fue adquiriendo el título de primero entre catorce mil ingenios que se describían o matriculaban en aquella escuela entonces...; obedeciendo a su natural, se dejó arrastrar dulcemente de lo sabroso de la erudición y de lo festivo de las Musas... Con este dulce divertimiento, mal pudo granjear nombre de estudioso ni de estudiante; pero él trocaba gustoso estos títulos al de poeta erudito, el mayor de los de su tiempo, con que comenzó a ser mirado y aclamado con respeto.
En Salamanca se cuajó la vocación literaria de Góngora, quien se convertiría en el poeta más renombrado de su época, recibiendo encarecidos elogios de su paisano Juan Rufo y del mismo Cervantes. Hay que aportar, en su alegato, que conocía el latín y leía el italiano y el portugués, e incluso se atrevió a escribir algún soneto en estas lenguas. Las primeras composiciones del poeta llevan la fecha de 1580. Ciertamente Góngora, desde sus primeros versos, era ya un poeta culto. El esdrújulo italiano, el léxico latinizante, las menciones mitológicas, el indomable hipérbaton y otras cuestiones estilísticas dejan patente este destino literario. Pero igualmente, por estos mismos años, escribía sabrosas composiciones llenas de humor e ingenio, letrillas y romances de tono claramente popular. El Góngora esotérico y el Góngora franco coexistirán sin enfrentarse a lo largo de su vida, marcada asimismo por un constante ejercicio entre su condición de racionero y sus aspiraciones mundanas.
El hecho de que Góngora no manifestara una exultante vocación ministerial no indica que fuera un clérigo reprobable. Tras aceptar la ración legada por su tío don Francisco en la catedral de Córdoba, recibe las primeras órdenes mayores y comienza a ocupar diferentes cargos en el Cabildo, lo que indica la confianza que sus compañeros ponen en él ya que, en aquel tiempo, estos puestos se obtenían por votación. Sus desvíos se referían más a la propensión de frecuentar ambientes dudosos que a la frialdad religiosa. Hemos de tener en cuenta que don Luis no era sacerdote en aquel tiempo y la condición clerical era la excusa para cobrar sus rentas. Cuando en 1587 ocupa la sede de Osio don Francisco Pacheco, hombre austero y obispo de criterio riguroso, canónigos y racioneros fueron sometidos a un severo interrogatorio. A las acusaciones que se le imputan de asistir escasamente al coro, vivir como mozo y andar en cosas ligeras, concurrir a fiestas de toros, tratar representantes de comedias y escribir coplas profanas, don Luis responde con mucha sutileza y no poca ironía, concluyendo que no son suyas todas las letrillas que se le achacan y que prefiere mejor ser condenado por liviano que por hereje, respuesta que, según Artigas, biógrafo del poeta, nos ofrece un clarividente retrato moral de Góngora en sus primeros tiempos de racionero, a los veintiocho años.
En los años sucesivos, Góngora alterna la poesía con sus obligaciones de racionero entre las que se contaban los viajes a comisiones del Cabildo (Palencia, Madrid, Salamanca, Cuenca, Valladolid). Góngora gustaba de estos viajes que lo relacionaban con obispos y personajes nobles, aunque su salud se resintiera considerablemente en ellos. El ambiente de la corte, donde se reunía la pléyade de escritores y el círculo clasista de elegidos, entusiasmaba al racionero que cada vez demoraba más su regreso a Córdoba. En vano pudo resistirse a estas ilusiones cortesanas aunque no le acarrearon más que decepciones y ruina. En 1603, con cuarenta y dos años, regresa a Córdoba. Sólo era par al deseo cortesano, la ardorosa defensa de los suyos que no se perturbó hasta el final de su vida, angustiado como estaba por la enfermedad y las deudas.
Su mayor obsesión será ahora buscarse mecenas que pudieran definitivamente situarlo en el lugar de privilegio que anhelaba, con la obtención de todas las prerrogativas pero tampoco en este sentido lo favorecerá la suerte a pesar de volcar todo su talento poético en la exaltación de las virtudes de sus protectores. Requiere en primer lugar la protección del Marqués de Ayamonte a quien, tras visitar en 1607 en su residencia onubense de Lepe, dedica bellos sonetos. Casi todos los viajes dejarán una impronta precisa en la obra literaria de don Luis de Góngora. El Marqués muere este mismo año, frustrando las ilusiones del poeta. No tuvo éxito su aspiración de acompañar al Conde de Lemos en su nuevo destino como virrey de Nápoles. Los viajes, infructuosos para su empeño, lo van desanimando. En 1609 visita Álava, Pontevedra, Alcalá y Madrid. Por su poesía advertimos que Galicia no le gusta y que cada vez está más hastiado de Madrid. Pero ciertamente también colaborarían a esta decepción el conocimiento de las insidias de la Corte, promovidas por los poderosos cuyo sentido de la justicia difería de todo noble afán, y la tristeza por las tropelías de los que no podían soportar su superioridad poética reconocida ya en su tiempo, anhelando, aunque no fuera más que por oxigenarse, la paz del campo, la soledad y el silencio, huyendo de la ciudad que lo oprime y decepciona, pero a la vez buscando liberarse de sus obligaciones capitulares para refugiarse en su heredad de Trassierra y entregarse allí a un quehacer poético del que, hasta entonces, no había comprendido su verdadera dimensión.
En Córdoba comienza una febril etapa de escritura, tocada por el ardor culto. En 1611 nombra coadjutor de su ración a un sobrino suyo, lo que le permite una gran libertad y tiempo para acometer sus más grandes empresas literarias. Entre 1612 y 1613 trabaja en sus dos poemas más extensos y ambiciosos, razón de sus preocupaciones más íntimas. En 1613, la existencia de estos poemas son conocidos en Madrid, donde versos del Polifemo serán leídos en algún cenáculo. La controversia estaba servida. Góngora vivía en Córdoba pero no había perdido los deseos de medrar en la corte. Había cumplido los cincuenta y cinco años cuando comenzaba el Panegírico al Duque de Lerma, don Francisco de Sandoval y Rojas, confiando en obtener los favores del aristócrata, primer ministro y valido del rey Felipe III. Su situación económica no era precisamente boyante. Su renta le hubiera permitido vivir holgadamente en Córdoba pero don Luis era dispendioso. No duda en favorecer a sus sobrinos y entre ellos reparte sus cargos eclesiásticos. El gran pagador de estos dispendios es su administrador Cristóbal Heredia a quien esquilmará cuando decide afincarse definitivamente en la Corte, lo que ocurrirá en abril de 1617. Por indicación del Duque de Lerma, Felipe III le concede una capellanía real, para lo que necesitará ordenarse de sacerdote. Las pretensiones de Góngora se desmoronaron cuando tanto Lerma como Rodrigo Calderón, a quien llamaban "valido del valido", perdieron el favor del rey. Góngora se niega a aceptar el final de sus pretensiones ni siquiera cuando pierde la Chantría de Córdoba que, con tanto fervor, había reclamado. Madrid no es Córdoba y las rentas, que en la capital andaluza daban para vivir, resultaban escasas para la Corte, dado el insaciable afán del poeta por el juego y la vida acomodada, términos que él no reconocería frente a sus familiares.
Cuando, en marzo de 1621, Felipe IV sube al trono de España, precipitando la ejecución de Rodrigo Calderón, acaecida en octubre de este mismo año, Góngora busca de inmediato congraciarse con el nuevo favorito: el Conde Duque de Olivares quien no parece acordarse de que don Luis es el autor del Panegírico aunque no le niega totalmente su favor. La reavivación de los luctuosos hechos sobre la limpieza de sangre de doña Francisca, el asesinato del Conde de Villamediana y la muerte del Conde de Lemos, en 1622, terminaron por desengañar a Góngora aunque continúa en la Corte, confiando en la generosidad del esquivo Olivares, quien promete sin cumplimiento. Las deudas son cada día más intolerables. Tiene que recurrir a la venta de sus objetos personales para subsistir. El Conde Duque sigue dándole largas. Es evidente que su favor es sólo aparente y la situación del poeta resulta insostenible. Ni siquiera la promesa de Olivares de editar las obras del poeta, que andaban de mano en mano, mezcladas con otras de incierta autoría que le imputaban, quedará en frustrada ilusión. En 1626, el poeta, enfermo, incapaz de sostener la pluma, se rinde a la evidencia y al nihilismo.
Tal vez toda la vida del poeta fuera una frustrada búsqueda de la afectividad verdadera. Su aspecto exterior podría no reflejar con exactitud lo que sentía en su interior. Calvo, con el pelo aún oscuro, frente despejada, nariz fina y aguileña, rostro alargado, fuerte entrecejo, la boca hundida, obstinada, marcados pliegues en las comisuras, la barbilla y sobre el bigote; un lunar en la sien derecha. Todo en él indica inteligencia, agudeza, fuerza, precisión, desdén. Tal vez, reitero, el dudoso sentido religioso que se le imputa a Góngora, al que se califica de poco caritativo o misericordioso por su acerada y terne burla contra los hombres y las mujeres, esconda un deseo consciente o no de comunicación afectiva que su carácter, tan vivo a veces y tan huraño otras, había contra su voluntad estrangulado.
Enfermo de esclerosis vascular, causa probable de su amnesia, regresa a Córdoba. Ya no manifiesta la pasión familiar de antaño e incluso se queja del maltrato de sus parientes. Esta situación cambia posteriormente y es bastante seguro que la familia, especialmente su sobrino don Luis, al que había favorecido con la suplencia de su ración en la catedral, viendo cercana la hora de su muerte, conviniera en cuidarlo. Al interesado sobrino cede Góngora todos los derechos sobre su obra aunque no se preocupó nunca por editarlas, enfrascado como estaba en asegurarse su sucesión como racionero propietario en el Cabildo. El poeta muere en Córdoba el 23 de mayo de 1627, tal vez sin asumir conscientemente que acababa de crear un nuevo lenguaje al tratar de transgredir una realidad que lo había llevado en cierto modo a la enajenación y el inconformismo. Pidió ser enterrado, junto a sus padres, en la capilla de San Bartolomé de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba, aunque sus huesos no han podido ser identificados.Gahete Jurado
SUS SONETOS
CARPE DIEM Y PESIMISMO
Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:
goza cuello, cabello, labio y frente
antes que, lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada.
A UNA ROSA
Ayer naciste y morirás mañana. Para tan breve ser, ¿quién te dio vida? ¿Para vivir tan poco estás lucida, y para no ser nada estás lozana? Si te engañó su hermosura vana, bien presto la verás desvanecida, porque en tu hermosura está escondida la ocasión de morir muerte temprana. Cuando te corte la robusta mano, ley de la agricultura permitida, grosero aliento acabará tu suerte. No salgas, que te aguarda algún tirano; dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte. |
Este tema era un tema muy barroco y tratado por otros poetas como Francisco de Rioja en estas silvas:
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Pura, encendida rosa, émula de la llama que sale con el día, ¿cómo naces tan llena de alegría si sabes que la edad que te da el cielo es apenas un breve i veloz buelo, i ni valdrán las puntas de tu rama ni púrpura hermosa a detener un punto la execución del hado presurosa? El mismo cerco alado que estoi viendo rïente, ya temo amortiguado, presto despojo de la llama ardiente. Para las hojas de tu crespo seno te dio Amor de sus alas blandas plumas, i oro de su cabello dio a tu frente. ¡Ô fiel imagen suya peregrina! Bañóte en su color sangre divina de la deidad que dieron las espumas, ¿i esto, purpúrea flor, esto no pudo hazer menos violento el rayo agudo? Róbate en una ora, róbate licencioso su ardimiento el color i el aliento: tiendes aún no las alas abrasadas, i ya buelan al suelo desmayadas. Tan cerca, tan unida está al morir tu vida, que dudo si en sus lágrimas la aurora mustia tu nacimiento o muerte llora. |
Prisión del nácar era articulado de mi firmeza un émulo luciente, un dïamante, ingenïosamente en oro también él aprisionado. Clori, pues que a su dedo apremïado de metal, aun precioso, no consiente, gallarda un día, sobre impacïente, lo redimió del vínculo dorado. Mas ¡ay!, que insidïoso latón breve en los cristales de su bella mano sacrílego divina sangre bebe: púrpura ilustró menos indïano marfil, invidïosa sobre nieve claveles deshojó la Aurora en vano.
A FRANCISCO DE QUEVEDO
Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.
DE LOS QUE CENSURARON A POLIFEMO
Pisó las calles de Madrid el fiero
monóculo galán de Galatea,
y cual suele tejer bárbara aldea
soga de gozques contra forastero,
rígido un bachiller, otro severo,
(crítica turba al fin, si no pigmea)
su diente afila y su veneno emplea
en el disforme cíclope cabrero.
A pesar del lucero de su frente,
le hacen oscuro, y él en dos razones,
que en dos truenos libró de su Occidente:
«Si quieren», respondió, «los pedantones
luz nueva en hemisferio diferente,
den su memorïal a mis calzones».
Guarnición tosca de este escollo duro | |||
troncos robustos son, a cuya greña | |||
menos luz debe, menos aire puro | 35 | ||
la caverna profunda, que a la peña; | |||
caliginoso lecho, el seno obscuro | |||
ser de la negra noche nos lo enseña | |||
infame turba de nocturnas aves, | |||
gimiendo tristes y volando graves. |
De este, pues, formidable de la tierra | |||
bostezo, el melancólico vacío | |||
a Polifemo, horror de aquella sierra, | |||
bárbara choza es, albergue umbrío | |||
y redil espacioso donde encierra | 45 | ||
cuanto las cumbres ásperas cabrío, | |||
de los montes, esconde: copia bella | |||
que un silbo junta y un peñasco sella. |
Un monte era de miembros eminente | |||
este que, de Neptuno hijo fiero, | 50 | ||
de un ojo ilustra el orbe de su frente, | |||
émulo casi del mayor lucero; | |||
cíclope, a quien el pino más valiente, | |||
bastón, le obedecía, tan ligero, | |||
y al grave peso junco tan delgado, | 55 | ||
que un día era bastón y otro cayado. |
Ninfa, de Doris hija, la más bella | |||
adora, que vio el reino de la espuma. | |||
Galatea es su nombre, y dulce en ella | |||
el terno Venus de sus Gracias suma. | 100 | ||
Son una y otra luminosa estrella | |||
lucientes ojos de su blanca pluma; | |||
si roca de cristal no es de Neptuno, | |||
pavón de Venus es, cisne de Juno. | |||
XIV
| |||
Purpúreas rosas sobre Galatea | 105 | ||
la Alba entre lilios cándidos deshoja: | |||
duda el Amor cuál más su color sea, | |||
o púrpura nevada, o nieve roja. | |||
De su frente la perla es, eritrea, | |||
émula vana. El ciego dios se enoja, | 110 | ||
y, condenado su esplendor, la deja | |||
pender en oro al nácar de su oreja. |
No a las palomas concedió Cupido | |||
juntar de sus dos picos los rubíes, | 330 | ||
cuando al clavel el joven atrevido | |||
las dos hojas le chupa carmesíes. | |||
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido, | |||
negras vïolas, blancos alhelíes, | |||
llueven sobre el que Amor quiere que sea | 335 | ||
tálamo de Acis ya y de Galatea. |
Con vïolencia desgajó infinita, | |||
la mayor punta de la excelsa roca, | 490 | ||
que al joven, sobre quien la precipita, | |||
urna es mucha, pirámide no poca. | |||
Con lágrimas la ninfa solicita | |||
las deidades del mar, que Acis invoca; | |||
concurren todas, y el peñasco duro | 495 | ||
la sangre que exprimió, cristal fue puro. | |||
Sus miembros lastimosamente opresos | |||
del escollo fatal fueron apenas, | |||
que los pies de los árboles más gruesos | |||
calzó el liquido aljófar de sus venas. | 500 | ||
Corriente plata al fin sus blancos huesos, | |||
lamiendo flores y argentando arenas, | |||
a Doris llega, que, con llanto pío, | |||
yerno lo saludó, lo aclamó río. |
LETRILLAS SATÍRICAS Y BURLESCAS
La letrilla es una composición poética breve, dividida en estrofas simétricas al final de las cuales se repite un mismo estribillo
Suele tener un carácter satírico y burlesco, de tono ligero , aunque también las hay de tema religioso y lírico.
Formalmente se le relaciona con el villancico o con el romance. Sus estrofas pueden ser redondillas o quintillas dobles. La rima puede ser consonante o asonante, utilizando el verso de arte menor: octosílabo o hexasílabo.
Góngora escribió algunas letrillas de tipo lírico, basadas en la lírica popular. Sin embargo, lo habitual es que las letrillas se inspirasen en algún refrán y tuviesen carácter burlesco. Las letrillas satíricas más conocidas son las de Quevedo.
Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
Y la saya buena,
Cabezón labrado,
Toca y albanega;
Y a mí me podrán
Mi camisa nueva,
Sayo de palmilla,
Media de estameña;
Y si hace bueno
Trairé la montera
Que me dio la Pascua
Mi señora abuela,
Y el estadal rojo
Con lo que le cuelga,
Que trajo el vecino
Cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
Veremos la iglesia,
Darános un cuarto
Mi tía la ollera.
Compraremos dél
(Que nadie lo sepa)
Chochos y garbanzos
Para la merienda;
Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas
Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
Y si quiere madre
Dar las castañetas,
Podrás tanto dello
Bailar en la puerta;
Y al son del adufe
Cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.
Y yo de papel
Haré una librea
Teñida con moras
Porque bien parezca,
Y una caperuza
Con muchas almenas;
Pondré por penacho
Las dos plumas negras
Del rabo del gallo,
Que acullá en la huerta
Anaranjeamos
Las Carnestolendas;
Y en la caña larga
Pondré una bandera
Con dos borlas blancas
En sus tranzaderas;
Y en mi caballito
Pondré una cabeza
De guadamecí,
Dos hilos por riendas;
Y entraré en la calle
Haciendo corvetas,
Yo y otros del barrio,
Que son más de treinta;
Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
De la panadera,
La que suele darme
Tortas con manteca,
Porque algunas veces
Hacemos yo y ella
Las bellaquerías
Detrás de la puerta.
QUE SE NOS VA LA PASCUA
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.
Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.
Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente.
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente.
HERMANA MARICA
Hermana Marica,Mañana, que es fiesta,
No irás tú a la amiga
Ni yo iré a la escuela.
Pondraste el corpiño
Y la saya buena,
Cabezón labrado,
Toca y albanega;
Y a mí me podrán
Mi camisa nueva,
Sayo de palmilla,
Media de estameña;
Y si hace bueno
Trairé la montera
Que me dio la Pascua
Mi señora abuela,
Y el estadal rojo
Con lo que le cuelga,
Que trajo el vecino
Cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
Veremos la iglesia,
Darános un cuarto
Mi tía la ollera.
Compraremos dél
(Que nadie lo sepa)
Chochos y garbanzos
Para la merienda;
Y en la tardecica,
En nuestra plazuela,
Jugaré yo al toro
Y tú a las muñecas
Con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
Y las dos primillas,
Marica y la tuerta;
Y si quiere madre
Dar las castañetas,
Podrás tanto dello
Bailar en la puerta;
Y al son del adufe
Cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.
Y yo de papel
Haré una librea
Teñida con moras
Porque bien parezca,
Y una caperuza
Con muchas almenas;
Pondré por penacho
Las dos plumas negras
Del rabo del gallo,
Que acullá en la huerta
Anaranjeamos
Las Carnestolendas;
Y en la caña larga
Pondré una bandera
Con dos borlas blancas
En sus tranzaderas;
Y en mi caballito
Pondré una cabeza
De guadamecí,
Dos hilos por riendas;
Y entraré en la calle
Haciendo corvetas,
Yo y otros del barrio,
Que son más de treinta;
Jugaremos cañas
Junto a la plazuela,
Porque Barbolilla
Salga acá y nos vea;
Bárbola, la hija
De la panadera,
La que suele darme
Tortas con manteca,
Porque algunas veces
Hacemos yo y ella
Las bellaquerías
Detrás de la puerta.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!
Mozuelas las de mi barrio,
Loquillas y confiadas,
Mirad no os engañe el tiempo,
La edad y la confianza.
No os dejéis lisonjear
De la juventud lozana,
Porque de caducas flores
Teje el tiempo sus guirnaldas.
Loquillas y confiadas,
Mirad no os engañe el tiempo,
La edad y la confianza.
No os dejéis lisonjear
De la juventud lozana,
Porque de caducas flores
Teje el tiempo sus guirnaldas.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!
Vuelan los ligeros años,
Y con presurosas alas
Nos roban, como harpías,
Nuestras sabrosas viandas.
La flor de la maravilla
Esta verdad nos declara,
Porque le hurta la tarde
Lo que le dio la mañana.
Y con presurosas alas
Nos roban, como harpías,
Nuestras sabrosas viandas.
La flor de la maravilla
Esta verdad nos declara,
Porque le hurta la tarde
Lo que le dio la mañana.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!
Mirad que cuando pensáis
Que hacen la señal del alba
Las campanas de la vida,
Es la queda, y os desarman
De vuestro color y lustre,
De vuestro donaire y gracia,
Y quedáis todas perdidas
Por mayores de la marca.
Que hacen la señal del alba
Las campanas de la vida,
Es la queda, y os desarman
De vuestro color y lustre,
De vuestro donaire y gracia,
Y quedáis todas perdidas
Por mayores de la marca.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!
Yo sé de una buena vieja
Que fue un tiempo rubia y zarca,
Y que al presente le cuesta
Harto caro el ver su cara,
Porque su bruñida frente
Y sus mejillas se hallan
Más que roquete de obispo
Encogidas y arrugadas.
Que fue un tiempo rubia y zarca,
Y que al presente le cuesta
Harto caro el ver su cara,
Porque su bruñida frente
Y sus mejillas se hallan
Más que roquete de obispo
Encogidas y arrugadas.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!
Y sé de otra buena vieja,
Que un diente que le quedaba
Se lo dejó este otro día
Sepultado en unas natas,
Y con lágrimas le dice:
«Diente mío de mi alma,
Yo sé cuándo fuistes perla,
Aunque ahora no sois caña.»
Que un diente que le quedaba
Se lo dejó este otro día
Sepultado en unas natas,
Y con lágrimas le dice:
«Diente mío de mi alma,
Yo sé cuándo fuistes perla,
Aunque ahora no sois caña.»
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!
Por eso, mozuelas locas,
Antes que la edad avara
El rubio cabello de oro
Convierta en luciente plata,
Quered cuando sois queridas,
Amad cuando sois amadas,
Mirad, bobas, que detrás
Se pinta la ocasión calva.
Antes que la edad avara
El rubio cabello de oro
Convierta en luciente plata,
Quered cuando sois queridas,
Amad cuando sois amadas,
Mirad, bobas, que detrás
Se pinta la ocasión calva.
¡Que se nos va la Pascua, mozas,
Que se nos va la Pascua!
Que se nos va la Pascua!