miércoles, 30 de marzo de 2016

EL SIGLO DE LA ILUSTRACIÓN

El Siglo XVIII  es el siglo de la Ilustración, del Neoclasicismo, del Rococó y  del Prerromanticismo.  El Siglo XVIII fue en conjunto todos y cada uno de esos movimientos a la vez. Por otra parte, se ha dicho que es el siglo caracterizado por la Razón, el siglo en que todo está sometido a raciocinio; de ahí la gran consideración del pensamiento científico. A su vez es el siglo de la Ilustración, de la ideología burguesa, progresista y liberal, cuya base es el Racionalismo frente a la aristocracia barbarizada y decadente. Pero los enemigos de los ilustrados son también los restos del feudalismo más arcaizante, el dogmatismo y el fanatismo religioso. El problema es que esos mismos intelectuales ilustrados construyen sus propios dogmas: sustituyen a Dios por la Naturaleza y la religión por la ética. Esto significa que el hombre moderno no deja de salir de su propia espiral creada desde tiempos remotos, aunque ahora lleve los tintes de la modernidad.

Bien es cierto que su fe (ciega) en la ciencia los llevó a luchar contra el analfabetismo y a fomentar el progreso y el bienestar social. Su literatura será preferentemente didáctica y moral, la literatura ahora ha de servir para adoptar una actitud crítica ante la realidad y para transformar la sociedad en beneficio del ciudadano. El Siglo XVIII es el Siglo de las Luces, de las Academias, de las instituciones culturales, de las tertulias en los Salones, pero también es el siglo del derecho natural, de los valores universales en igualdad que culminarán en la Revolución Burguesa. Sin embargo, hemos de etener presente que es a su vez el siglo en el que triunfa la burguesía y su ideología económica capitalista.

Como toda época o movimiento, siempre hay contradicciones. Por una parte, es la época del conocimiento y del saber, el siglo de Kant, Voltaire y Goethe, cuyo símbolo máximo será La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, un siglo del Buen Gusto y de Moralidad. Pero, por otra parte, es el siglo que también ilumina -paradójicamente- la mal llamada "literatura del libertinaje", del reverso moral y sexual de las altas clases sociales, del terror erotizado, cuyo máximo símbolo es el Marqués de Sade.
No obstante, tenemos una tercera forma de caracterizar el Siglo XVIII y que puede aglutinar los dos anteriores: el Siglo XVIII es el siglo de la NOVELA, de la novela moderna en sentido estricto. Curiosamente, en España, que cien años atrás vio nacer a Don Quijote y había disfrutado del género llamado picaresco, no fue prolijo en novelas durante el XVIII. El género de éxito seguirá siendo el teatro, o más bien el reducto del teatro barroco. La novela, en cambio, será desprestigiada, porque si la prosa no respondía a criterios históricos, retóricos, morales o religiosos, era rayana en lo popular, en lo que entretenía al vulgo.

Mientras aquí despreciábamos estas creaciones, en Europa, especialmente Inglaterra, las novelas de corte cervantino y picaresco obtuvieron un eco considerable. Unos de los primeros autores que escribió "novelas" fueron DEFOE y SWIFT, quienes, sin saberlo, constribuyeron a la renovación novelesca. El caso de Defoe es sumamente revelador. De su Robinson Crusoe, educativo, crítico de la sociedad y exponente del valor individual frente a la colectividad normativa, pasa a escribir otras novelas como Las aventuras del Capitán Singleton o Moll Flanders, donde lo novelesco se ha liberado de estrictos criterios que oprimían la fabulación. Estamos ante lo que Juan Carlos Rodríguez ha denominado constitución de la "literatura del pobre", cuyos orígenes se remontaban a los planteamientos franciscanos y dominicos y cuyo nacimiento literario se ubicaba en las falsas autobiografías o construcción de vidas como las del Lazarillo, el Buscón, el Guzmán, la Celestina, la Lozana Andaluza o Rinconete y Cortadillo, con sus variantes y divergencias. Pero en el XVIII algo cambia.

Aquel desnudo, náufrago e iniciático Robinson Crusoe es quizás el más absolutamente pobre del mundo, porque está absolutamente solo en el mundo. Al fin y al cabo, se trata de la recreación del mito del origen, pues recordemos que Robinson escribe su vida en una Biblia cuyas páginas han quedado desvaídas después del naufragio.


Algo después, Jnathan Swift hará algo similar con Los viajes de Gulliver. A modo de relato de viajes y de construcción de una vida iniciática, Swift pondría a prueba la educación recibida en una sociedad determinada, educación que resulta inútil dadas las circunstancias, y sociedad que a la larga se vuelve más injusta. En la novela se establece un remedio adecuado contra la atroz pobreza irlandesa: si los niños se morían y los padres pasaban hambre, el único remedio que quedaba era comerse a los niños.

La novela de Cervantes se convierte para estos escritores en una especie de libro sagrado, una Biblia. Pero RICHARDSON, FIELDING y STERNE son los que mejor aprenderán la lección cervantina. Samuel Richardson propicia una novela psicológica, de análisis de sentimientos, interiorista, mientras Fielding abrirá una línea satírica, más intelectual y distanciada, que tendrá gran repercusión. La Pamela de Richardson nos plantea el problema de los pobres llegados a la ciudad. Es una narración epistolar basada en los sentimientos, pero también en la explotación de las relaciones amorosas. Aquí el pobre es una criada cuya virtud es acosada y perseguida. Ofrece el autor la siguiente solución al conflicto: si la criada consigue resistirse al señorito, éste acabará casándose con ella. El texto, eso sí, muestra una división bastante maniquea del mundo: los buenos, al final, triunfan, y los malos, al final, son castigados.

Más interesante será Fielding con novelas como Joseph Andrews y, sobre todo, Tom Jonesexpósito. Esta última es también una historia de amos y criados y, al igual que Richardson, Fielding apunta valores aristocráticos, pero no como linaje o herencia de sangre, sino como actitudes sociales. Fielding reflejará en sus novelas lo débil que es la frontera que separa el mundo legal del que está al margen de la ley, lo ambiguo de las apariencias, la confusión del bien y del mal que aparecen fundidos, mexclados. No hay ya personajes buenos o malos, sino que los personajes actuarán bien o mal según las circunstancias.

L. Sterne escribe su Tristam Shandy, la mejor adaptación del Quijote, con un sarcasmo extremado no sólo de la pobreza sino de la miseria humana, de la naturaleza humana moralmente miserable. La novela es una recreación genial del porpio género narrativo, de la ficción que irrumpe en la realidad y viceversa, como por ejemplo el hecho de que el personaje sea consciente de que es leído por el lector.





Otra manifestación fuerte de la novela inglesa y ya cercanos al Romanticismo es la llamada "novela gótica". Horace Walpole publica en 1764 su Castillo de Otranto. Radcliffe, con Los misterios de Udolfo, consagró el género. Y le suceden otros como Lewis con El Monje.


De Alemania destaca Goethe. Su novela Los sufrimientos del joven Werther, a modo epistolar, implica también cierto anuncio romántico, que luego el autor abandonó. Werther, no obstante, se convertirá en todo un icono para los jóvenes rebeldes y románticos, poniendo de moda el chaleco... y el suicidio. Fausto, redactada en sesenta años y acabada poco antes de su muerte, es, sin duda, una de las mejores obras de la literatura universal: Fausto, hombre favorito de Dios, se siente insatisfecho ante la insuficiencia del conocimiento y, tras considerar el suicidio, sella un pacto con el Diablo. Pero entonces, el amor irrumpe en su vida... 

La novela en Francia fue también muy fecunda. Tras los textos de Urfé, Madame Scudéry y Fénelon, encontramos autores relevantes como Marivaux o el Abad Prevost. ROUSSEAU, que creía en la bondad d ela naturaleza y en una nueva sociedad, escribió dos novelas que reproducen el sentir del XVIII: Julia o la nueva Eloísa, novela epistolar de tipo sentimental que preludia el Romanticismo al hacer triunfar la franqueza frente a la hipocresía, la libertad frente a los prejuicios, la virtud frente al vicio; y Emilio, tratado didáctico o pedagógico, en el que defiende la educación natural, una educación sin esquemas artificiales ni normas restrictivas. Emilio, el niño, es símbolo de la bondad innata del hombre en oposición a la maldad social. Dentro de la novela didáctica, VOLTAIRE también contribuyó con sus obras, sobre todo, con El ingenuo, en el que recurre al tópico del buen salvaje que llega a la civilización. Una vez educado, se vuelve tan hipócrita y corrupto como los demás. Para Voltaire no hay civilización posible para el mundo. DIDEROT, conocido por su labor enciclopédica, publicó también Las joyas indiscretas, erótica, fabulosa y divertida, jugando con el doble sentido del término "bijoux". Otros novelistas franceses: Mme Riccoboni, Restif de la Bretonne, El querido Marqués, Choderlos de Laclos, Mme de Staël, etc.

Poco sabemos de la novela en Portugal (Nuno Marqués Pereira, Teresa Margarita da Silva) o en Italia (Ugo Foscolo con su Jacobo Ortis, Pietro Chiari), en comparación con Inglaterra, Francia y Alemania, países caracterizados por un desarrollo novelístico más fuerte.