A finales del siglo XIX aparecen tres movimientos poéticos que van a tener una gran trascendencia en el desarrollo de la poesía moderna. Estos movimientos son el Parnasianismo (Leconte de Lisle), el Simbolismo (Baudelaire, Rimbaud, Verlaine y Mallarmé ) y el Decadentismo (O. Wilde, G. D'Annunzio, Antero de Quental). Estos movimientos hicieron posible el movimiento hispano del Modernismo liderado por el nicaragüense Rubén Darío, también presente en Juan R. Jiménez, Manuel y Antonio Machado
El beso de G. Klimt |
El manifiesto escrito por Jean Moréas recoge los presupuestos estéticos del simbolismo
" Enemiga de la enseñanza, de la declamación, de la falsa sensibilidad, de la descripción objetiva, la poesía simbolista busca vestir la Idea de una forma sensible, que, no obstante, no sería su propio objeto, sino que, al servir para expresar la Idea, permanecería sujeta. La Idea, a su vez, no debe dejarse privar de las suntuosas togas de las analogías exteriores; pues el carácter esencial del arte simbólico consiste en no llegar jamás hasta la concepción de la Idea en sí. Así, en este arte, los cuadros de la naturaleza, las acciones de los hombres, todos los fenómenos concretos no sabrían manifestarse ellos mismos: son simples apariencias sensibles destinadas a representar sus afinidades esotéricas con Ideas primordiales. [...] Para la traducción exacta de su síntesis, el simbolismo necesita un estilo arquetípico y complejo: limpios vocablos, el período que se apuntala alternando con el período de los desfallecimientos ondulantes, los pleonasmos significativos, las misteriosas elipses, el anacoluto en suspenso, tropo audaz y multiforme. "
El albatros (Baudelaire) y Vocales (Rimbaud) son dos textos en los que se encarna el simbolismo.
VOCALES
A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales
algún día diré vuestro nacer latente:
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes,
A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias,
calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, ombelas
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;
U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.
O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles:
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.
algún día diré vuestro nacer latente:
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes,
A, al zumbar en tomo a atroces pestilencias,
calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, ombelas
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;
U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.
O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles:
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.
EL ALBATROS
Por distraerse, a veces, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos. Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos. Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido! El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar.
La perfección formal es una herencia del Parnasianismo, en todos ellos prevalece la búsqueda de la belleza, el arte por el arte, la sugerencia y el símbolo, ya que huyen de la expresión directa y realista. El verso libre se impone en la poesía, pero es un verso rítmico y con efectos sonoros muy marcados. El refinamiento se observa en el lenguaje también cargado de imágenes insólitas. La poesía rezuma subjetivismo procedente del Romanticismo. Se consideran a sí mismos como seres extraños e inadaptados.
Algunos de estos poetas han escrito los mejores libros de poesía de la literatura universal: Las flores del mal de Ch. Baudelaire, Poemas saturnianos de Verlaine y Una temporada en el infierno e Iluminaciones de Rimbaud. Son algunos denominados poetas malditos y llevaron una vida bohemia en el París de fin de siglo.
ARTE POÉTICA (P. Verlaine) ¡Ante todo la música, con primacía del verso impar, más suelto y más libre en su vuelo, sin ningún peso o afectación. Precisas elegir palabras con su corona de vaguedad: hermosa es la canción gris que junta lo Ambiguo y lo Preciso. Es como hermosos ojos tras un velo, como la luz temblante del mediodía, como un cielo de suave otoño con aleteo azul de estrellas claras! (...) ¡Estrangula a la elocuencia! Y bien harías, con energía, en aplacar la Rima, si lo descuidas ¿adónde te llevará? (...) ¡Música ahora y siempre! Preocúpate del verso y de sus alas, y que se les vea irse dede su alma hacia otros cielos, a otros amores. Que tu palabra sea la aventura en el viento crucial de la mañana donde perfuman menta y mejorana... Y todo lo demás es literatura. Este poema de Verlaine es un auténtico manifiesto poético en el que expresa cómo entiende él la creación poética. Las flores del mal es uno de los libros de poesía más importantes, Baudelaire lo concibió como un todo orgánico, con un principio y un fin y no una mera recopilación de poemas. El libro está dividido en siete partes, introducidas por el famoso poema Al lector: Esplín e ideal, Cuadros parisinos, El vino, Flores del mal y Rebelión, con una conclusión final: La muerte. Algunos poemas del libro fueron prohibidos y tachados de inmorales.
AL LECTOR (BAUDELAIRE)
La necedad, el error, el pecado, la
tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan
nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables
remordimientos,
Como los mendigos nutren su miseria.
Nuestros pecados son testarudos,
nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente nuestras
confesiones,
Y entramos alegremente en el camino
cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas lavar
todas nuestras manchas.
Sobre la almohada del mal está Satán
Trismegisto
Que mece largamente nuestro espíritu
encantado,
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este sabio
químico.
¡Es el Diablo quien empuña los hilos
que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos
atractivos;
Cada día hacia el Infierno
descendemos un paso,
Sin horror, a través de las tinieblas
que hieden.
Cual un libertino pobre que besa y
muerde
el seno martirizado de una vieja
ramera,
Robamos, al pasar, un placer
clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual vieja
naranja.
Oprimido, hormigueante, como un
millón de helmintos,
En nuestros cerebros bulle un pueblo
de Demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte a los
pulmones
Desciende, río invisible, con sordas
quejas.
Si la violación, el veneno, el puñal,
el incendio,
Todavía no han bordado con sus
placenteros diseños
El lienzo banal de nuestros tristes
destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah! no es
bastante osada.
Pero, entre los chacales, las
panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los
gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes,
gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros
vicios,
¡Hay uno más feo, más malo, más
inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni
grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un
despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:
¡Es el Tedio! — los ojos preñados de
involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su
pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo
delicado,
—Hipócrita
lector, —mi semejante, — ¡mi hermano!
EL ENEMIGO Mi juventud no fue sino una tenebrosa borrasca, Atravesada aquí y allá por brillantes soles; El trueno y la lluvia han hecho tal desastre, Que restan en mi jardín muy pocos frutos bermejos. He aquí que he llegado al otoño de las ideas, Y que es preciso emplear la pala y los rastrillos Para acomodar de nuevo las tierras inundadas, Donde el agua horada hoyos grandes como tumbas. Y ¿quién sabe si las flores nuevas con que sueño Encontrarán en este suelo lavado como una playa El místico alimento que haría su vigor? — ¡Oh, dolor! ¡Oh, dolor! ¡El Tiempo devora la vida, Y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón Con la sangre que perdemos crece y se fortifica! EL BARCO EBRIO (A. Rimbaud)
Según iba bajando por
Ríos impasibles,
me sentí abandonado por
los hombres que sirgan:
Pieles Rojas gritones
les habían flechado,
tras clavarlos desnudos
a postes de colores.
Iba, sin preocuparme de
carga y de equipaje,
con mi trigo de Flandes
y mi algodón inglés.
Cuando al morir mis
guías, se acabó el alboroto:
los Ríos me han llevado,
libre, adonde quería.
En el vaivén ruidoso de
la marea airada,
el invierno pasado,
sordo, como los niños,
corrí. Y las Penínsulas,
al largar sus amarras,
no conocieron nunca
zafarrancho mayor.
La galerna bendijo mi
despertar marino,
más ligero que un corcho
por las olas bailé
––olas que, eternas,
rolan los cuerpos de sus víctimas––
¬diez noches, olvidando
el faro y su ojo estúpido.
Agua verde más dulce que
las manzanas ácidas
en la boca de un niño mi
casco ha penetrado,
y rodales azules de vino
y vomitonas
me lavó, trastocando el
ancla y el timón.
Desde entonces me baño
inmerso en el Poema
del Mar, infusión de
astros y vía lactescente,
sorbiendo el cielo
verde, por donde flota a veces,
pecio arrobado y pálido,
un muerto pensativo.
Y donde, de repente, al
teñir los azules,
ritmos, delirios lentos,
bajo el fulgor del día,
más fuertes que el
alcohol, más amplios que las liras,
fermentan los rubores amargos
del amor.
Sé de cielos que
estallan en rayos, sé de trombas,
resacas y corrientes; sé
de noches... del Alba
exaltada como una
bandada de palomas.
¡Y, a veces, yo sí he
visto lo que alguien creyó ver!
He visto el sol
poniente, tinto de horrores místicos,
alumbrando con lentos
cuajarones violetas,
que recuerdan a actores
de dramas muy antiguos,
las olas, que a lo
lejos, despliegan sus latidos.
Soñé la noche verde de
nieves deslumbradas,
beso que asciende,
lento, a los ojos del mar,
el circular de savias
inauditas, y azul
y glauco, el despertar
de fósforos canoros.
Seguí durante meses,
semejante al rebaño
histérico, la ola que
asalta el farallón,
sin pensar que la luz
del pie de las Marías
pueda embridar el morro
de asmáticos Océanos.
¡He chocado, creedme,
con Floridas de fábula,
donde ojos de pantera
con piel de hombre desposan
las flores! ¡Y arcos
iris, tendidos como riendas
para glaucos rebaños,
bajo el confín marino!
¡He visto fermentar
marjales imponentes,
nasas donde se pudre, en
juncos, Leviatán!
¡Derrubios de las olas,
en medio de bonanzas,
horizontes que se
hunden, como las cataratas.
¡Hielos, soles de plata,
aguas de nácar, cielos
de brasa! Hórridos
pecios engolfados en simas,
donde enormes serpientes
comidas por las chinches
caen, desde los árboles
corvos de negro aroma!
Quisiera haber mostrado
a los niños doradas
de agua azul, esos peces
de oro, peces que cantan.
––Espumas como flores
mecieron mis derivas
y vientos inefables me
alaron , al pasar.
A veces, mártir laso de
polos y de zonas,
el mar, cuyo sollozo
suavizaba el vaivén,
me ofrecía sus flores de
umbría, gualdas bocas,
y yacía, de hinojos,
igual que una mujer.
Isla que balancea en sus
orillas gritos
y cagadas de pájaros
chillones de ojos rubios
bogaba, mientras por mis
frágiles amarras
bajaban, regolfando,
ahogados a dormir.
Y yo, barco perdido bajo
cabellos de abras,
lanzado por la tromba en
el éter sin pájaros,
yo, a quien los
guardacostas o las naves del Hansa
no le hubieran salvado
el casco ebrio de agua,
libre, humeante, herido
por brumas violetas,
yo, que horadaba el
cielo rojizo, como un muro
del que brotan ––jalea
exquisita que gusta
al gran poeta–– líquenes
de sol, mocos de azur,
que corría estampado de
lúnulas eléctricas,
tabla loca escoltada por
hipocampos negros,
cuando julio derrumba en
ardientes embudos,
a grandes latigazos,
cielos ultramarinos,
que temblaba, al oír,
gimiendo en lejanía,
bramar los Behemots y,
los densos Malstrones,
eterno tejedor de
quietudes azules,
yo, añoraba la Europa de
las viejas murallas
¡He visto archipiélagos
siderales, con islas
cuyo cielo en delirio se
abre para el que boga:
––i.Son las noches sin
fondo, donde exiliado duermes,
millón de aves de oro,
¡oh futuro Vigor!? .
¡En fin, mucho he
llorado! El Alba es lastimosa.
Toda luna es atroz y
todo sol amargo:
áspero, el amor me
hinchó de calmas ebrias.
¡Que mi quilla reviente!
¡Que me pierda en el mar!
Si deseo alguna agua de
Europa, está en la charca
negra y fría, en la que
en tardes perfumadas,
un niño, acurrucado en
sus tristezas, suelta
un barco leve cual
mariposa de mayo.
Ya no puedo, ¡oleada!,
inmerso en tus molicies,
usurparle su estela al
barco algodonero,
ni traspasar la gloria
de banderas y flámulas
ni
nadar, ante el ojo horrible del pontón.
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